dissabte, 2 de setembre del 2017

LA 133ª NOCHE


Y CUANDO LLEGO LA 133ª NOCHE
Ella dijo:

Un día, mientras hablaba de sus penas con su amigo Aziz a la puerta de su tienda, acertó a pasar por el zoco una anciana, que iba envuelta muy dignamente en un gran manto de raso negro. Y no tardó en llamarle la atención la tienda maravillosa, así como la belleza del joven mercader sentado en la alfombra. Y tanta fué su emoción, que se le mojaron los calzones. Después dirigió sus miradas al joven, y pensó: "¡Ese no es un hombre, sino un ángel o algún rey de un país de ensueño!" Entonces se acercó a la tienda y saludó al joven, que le devolvió el saludo, y Aziz la saludó también desde el fondo de la tienda. Por su parte, el príncipe se levantó, le sonrió con su más agradable sonrisa, la invitó a sentarse en la alfombra a su lado, y se puso a abanicarla hasta que hubo descansado.

Entonces la vieja dijo a Diadema: "¡Oh, hijo mío, que reúnes todas las perfecciones y todas las gracias! ¿Eres de este país?" Y Diadema, con su palabra gentil y atrayente, contestó: "¡Por Alah! ¡Oh mi señora! Hasta el presente no había puesto los pies en estas comarcas, a las cuales he venido sin más objeto que distraerme visitándolas. Y para ocupar parte del tiempo, vendo y compro".

La vieja dijo: "¡Bien venido sea el gracioso huésped de nuestra ciudad! ¿Y qué mercaderías de los países lejanos traes contigo? ¡Enséñame lo más hermoso, porque lo bello trae belleza!"

Diadema sonrió para darle las gracias, y dijo: "Sólo tengo cosas que pueden servirte y agradarte, pues son dignas de princesas y de personas como tú". Y la vieja dijo: "Precisamente desearía comprar una buena tela para la princesa Donia, hija de nuestro rey Schahramán".

Al oír el nombre de aquella a quien tanto amaba, ya no pudo vencer su emoción Diadema, y gritó: "¡Aziz, tráeme lo más bello y lo más rico que haya entre nuestras mercaderías!" Y Aziz abrió un armario en el cual sólo había un paquete, ¡pero qué paquete! La envoltura exterior era de terciopelo de Damasco, con flecos de borlas de oro y bordados de colores representando flores y pájaros, con un elefante borracho que bailaba en medio.

Y de aquel paquete salía un perfume que exhalaba el alma. Aziz se lo entregó a Diadema, que lo desató y sacó de él la única tela que encerraba, hecha para un vestido de alguna hurí o de alguna princesa maravillosa. Enumerar las pedrerías con que la habían enriquecido, y los bordados bajo los cuales desaparecía la trama, sólo podrían hacerlo los poetas inspirados por Alah. Lo menos que podría valer, sin la envoltura, serían cien mil dinares de oro.

Y el príncipe desenrolló lentamente la tela ante el asombro de la vieja, que no sabía qué mirar preferentemente, si la magnificencia de aquel tejido o la cara adorable y los negros ojos del joven. Y he aquí que al mirar los juveniles encantos del mercader, notaba que su vieja carne trepidaba, y que sus muslos se juntaban febriles, sintiendo gran deseo de rascarse lo que le picaba.

Y en cuanto pudo hablar, dijo a Diadema, mirándole con ojos humedecidos por la pasión: "La tela me conviene. ¿Cuánto he de darte por ella?" Y él, inclinándose, contestó: "Estoy pagado de sobra con la dicha de haberte conocido". Entonces la vieja exclamó: "¡Oh joven adorable! ¡Dichosa la mujer que pueda tenderse en tu regazo y enlazar con sus brazos tu cintura! ¿Pero en dónde están las mujeres que tú mereces? ¡Por mi parte no conozco más que una!

Dime joven cervatillo, ¿cuál es tu nombre?" Y él contestó: "Me llamo Diadema". Entonces la vieja dijo: "¡Pero si ese nombre sólo se da a los hijos de los reyes! ¿Cómo es posible que un mercader se llame Corona de los Reyes?"

Entonces Aziz, que no había hablado ni una sola palabra se apresuró a intervenir para sacar a su amigo del apuro. Y explicó a la vieja: "Es hijo único, y sus padres lo quieren tanto, que le han dado un nombre como se les da a los hijos de reyes".

Ella dijo: "¡Verdaderamente, si la Belleza hubiera de elegir un rey, escogería a Diadema! Y sabe, ¡oh Diadema! que desde este instante esta vieja es tu esclava. ¡Y Alah es fiador de mi devoción hacia tu persona! Pronto sabrás lo que voy a hacer por ti. ¡Que Alah te proteja y te guarde de la mala suerte y de los ojos malditos!" Después cogió el precioso paquete, y se fué.

Y llegó conmovida a casa de la princesa Donia, a la que había amamantado y a la cual servía de madre. Y al entrar llevaba el envoltorio debajo del brazo, muy solemnemente. Entonces Donia le preguntó: "¡Oh mi nodriza! ¿Qué otra cosa me traes? ¡Enséñamela!" La vieja dijo: "¡Oh mi amada Donia! ¡Toma y admírate!" Y desenrolló rápidamente la tela. Entonces Donia, brillándole los ojos de alegría, exclamó: "¡Oh mi buena Dudú! ¡Oh qué vestido tan admirable! ¡Esta tela no es de nuestro país!" Y la vieja dijo: "¡En verdad es muy hermosa! ¿Pero qué dirías si vieras al joven mercader que me la ha dado para ti? ¡Cuánta es su hermosura! ¡El portero Raduán se olvidó de cerrar las puertas del Edén para dejarle salir a fin de que alegre el hígado de las criaturas! ¡Oh mi señora! ¡Cuánto desearía ver a ese joven radiante dormirse en tus pechos y...!"

Pero Donia exclamó: "¡Basta! ¿Cómo te atreves a hablarme de un hombre? ¿Qué humareda obscurece tu razón? ¡Cállate, por Alah! Y dame ese vestido para examinarlo de cerca". Y cogiendo la tela, se puso a acariciarla y a plegarla sobre su cintura. Y entonces la nodriza le dijo: "¡Oh mi señora! ¡Cuán hermosa estás así! ¡Pero cuán preferible es una bella pareja a la unidad! ¡Oh gentil Diadema!" Pero la princesa exclamó: "¡Endemoniada Dudú! ¡Pérfida Dudú! ¡No me hables más de eso! Pero marcha en busca de ese mercader, y dile que si desea algo que lo pida, que mi padre se lo satisfará".

La vieja se echó a reír entonces, y dijo guiñando el ojo: "¡Un deseo! ¡Por Alah! ¿Quién no desea algo?" Y se levantó a toda prisa, y corrió a la tienda del príncipe.

Al verla llegar, sintió el príncipe que su corazón estallaba de alegría, y le cogió la mano, la hizo sentar junto a él, y le sirvió sorbetes y dulces. Entonces la vieja le dijo: "¡Vengo a anunciarte una buena nueva! Mi señora, la princesa Donia, te saluda y te dice: "Has honrado la ciudad con tu venida y la has iluminado. Y si tienes algún deseo que manifestar, exprésalo".

Al oír estas palabras, sintió el príncipe que su corazón volaba de alegría, y se dilató su pecho, y pensó para su alma: "El asunto va muy bien". Y dijo a la vieja: "Sólo tengo un anhelo: ¡que hagas llegar a manos de la princesa Donia una carta que voy a escribirle, y que me traigas la contestación!"

Y ella dijo: "Escucho y obedezco". Entonces Diadema dijo a su amigo Aziz: "¡Tráeme la escribanía de cobre, el papel y el cálamo!"

Y habiéndoselo llevado Aziz, escribió estos versos:

"Este papel te lleva ¡Oh Altísima! ¡Las mil cosas, las cosas diversas que he hallado en un corazón enfermo por el mal de aguardar!
"En el primer renglón, van las señales del fuego que me quema interiormente; en el segundo todo mi deseo y todo mi amor;
"En el tercer renglón mi vida y mi paciencia; en el cuarto, mi ardor entero; en el quinto el extremado anhelo de mis ojos, su ansia de tu alegría;
¡Y en el sexto renglón, la petición de una cita!”
Después, en la parte de abajo, puso a manera de firma lo siguiente:

"Esta carta en versos a tu belleza es de mano del esclavo de sus grandes deseos, del prisionero en la cárcel de su dolor, del enfermo por sus tormentos, del postulante de tus miradas, 
"EL MERCADER DIADEMA".

Releyó la carta, le echó arenilla, la dobló, la cerró y se la entregó a la vieja, deslizándole en la mano un bolsillo con mil dinares como pago a sus buenos servicios. Y la vieja, deseándole un buen éxito, volvió enseguida junto a su señora. Y la princesa le preguntó: "¡Oh mi buena Dudú! Cuéntame qué desea ese mercader, para pedirle a mi padre que lo satisfaga".

Y la vieja dijo: "¡Oh señora! no sé ciertamente lo que pide, pues he aquí una carta cuyo contenido ignoro". Y le entregó la carta.

Cuando la princesa la hubo leído, exclamó: "¡Cuán desvergonzado es ese mercader! ¿Cómo se atreve el audaz a levantar los ojos hasta mí?" Y rabiosa, se golpeó la cara, y dijo: "¡Debería mandar que lo ahorcasen a la puerta de su tienda!"

Y la vieja, ingenuamente, preguntó: "¿Qué contiene de espantoso esa carta? ¿Es que reclama algún precio exorbitante por su tela?" Y la princesa dijo: "No se trata para nada de eso, sino únicamente de amor".

Y la vieja hizo como que se asombraba, exclamando: "¡Deberías contestar a su insolencia, amenazándole para que no persista!" Y la princesa dijo: "¡Tengo miedo de que esto contribuya a alentarlo!" Y la vieja repuso: "¡Lo que hará es que recobre la razón!"

Entonces ordenó la princesa: "Dame mi escribanía y mi pluma". Y escribió estos versos:

"¡Ciego de tus ilusiones, solicitas llegar al astro como si algún mortal hubiera podido alcanzar al astro de la noche!
Para abrirte los ojos, juro por la verdad de Aquél que te formó de un gusano de la tierra, y que creó desde el infinito la virginidad de los astros inmaculados,
¡Que si te atreves a repetir tu desvergüenza, te crucificarán en un tablón cortado del tronco de algún árbol maldito! ¡Y servirás de ejemplo a los insolentes!"
Después de haber cerrado la carta, se la entregó a la vieja. Y la vieja corrió a llevársela al príncipe, que ardía de impaciencia. El príncipe se apresuró a abrir la carta, y en cuanto la hubo leído, se sintió morir de pesar, y dijo amargamente a la vieja: "Me amenaza con la muerte, pero nada me importa la vida cuando es tan penosa. ¡Y aun arriesgándome a morir, quiero escribirle!"

Y la vieja exclamó: "¡Por tu vida, que es para mí tan preciada! ¡Sabe que quiero ayudarte con todo mi poder, y compartir contigo los peligros! ¡Escribe, pues, tu carta, y dámela!" Entonces Diadema gritó a Aziz: "¡Da a nuestra buena madre mil dinares! ¡Y confiemos en Alah Todopoderoso!"

Y escribió en un papel las siguientes estrofas:

"¡He aquí que por anhelar la noche, me amenaza Ella con el luto y la muerte, ignorando que la muerte es el reposo y que las cosas no ceden más que al señalarlo el Destino!
¡Por Alah! ¡Su mano piadosa debería dirigirse hacia aquellos que consagran su amor a las muy altas y muy puras, a las que no se atreven a mirar los ojos de los humanos!
¡Oh mis deseos! ¡Mis vanos deseos! ¡No deseéis más, y dejad que mi alma se sepulte en la pasión sin esperanza!
¡Pero tu, mujer de duro corazón, no creas que ha de dominarme la tiranía! ¡Antes que sufrir una vida sin objeto y toda doliente, dejaré que mi alma vuele con mis esperanzas!"
Y con lágrimas en los ojos, entregó la carta a la vieja, diciéndole: "Te molesto inútilmente, ¡ay de mí! ¡Comprendo de sobra que sólo me resta morir!" Y la vieja dijo: "Abandona esos tristes presentimientos, y contémplate, ¡oh hermoso joven! ¿No eres el mismo sol? ¿Y no es ella la luna? ¿Cómo dudas que yo, que me he pasado toda la vida en intrigas de amor, no sepa unir vuestras hermosuras? ¡Tranquiliza tu alma, y calma las zozobras que te desconsuelan! ¡Pronto te traeré buenas noticias!"

Y dichas estas palabras, se alejó...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


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